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    Una historia de vida con la cocina.

    Historia de vida con la cocina

    Image by Pexels from Pixabay

    Cuando llegamos a Tijuana —tendría unos 12 años— mi hermana Laura y yo aprendimos a cocinar viendo e inventando, motivadas por la necesidad.

    Recuerdo que me sabía a gloria nuestro guiso de fin de semana, un bistec encebollado y unas tortillas fritas con salsa de tomate Valvita. Inventos de nosotros mientras veíamos la novela: Muchacha Italiana Viene a Casarse. Luego, cuando mamá podía cocinarnos, veíamos desde cerca lo que hacía: con pocos ingredientes creaba algo maravilloso. Mami se sentaba con las sobras de las cazuelas: frijoles, caldo de pollo y tortillas, chile, etc. y lo ponía todo en un plato hondo. Nosotras nos acercábamos a la mesa y ella nos daba unas cucharadas. Aún siento algo increíble en mi corazón, un regocijo de compartir su comida. ¿Por qué sabe así? ¿Por qué me llena de placer esta «comida de pobres», como decía ella?

    Para ganar dinero, Laura y yo hacíamos palomitas y nos sentábamos a venderlas en la calle. Cuando me ofrecía a limpiar casas y cuidar niños, la gente que me contrataba, probaba mis inventos y les gustaban.

    Así fuimos creciendo, inventando con lo que había en la despensa: la sopa merequetengue; sacar provecho de las «sobrinas», es decir, de lo que quedaba de los otros días. Mi madre hacía un guiso de las hojas de los rábanos, con chile y cebolla, en taquitos. Se había criado en un lugar lejano de Chiapas donde nada era desperdicio, todo podía ser llevado a la mesa, mientras supiera sazonarlo adecuadamente.

    La cocina no es sacrificio; cocinar es una bendición. Puedes demostrar de esa forma que amas. ¿Por qué sabe diferente unos frijoles tuyos o míos?

    Recuerdo que mi madre, ya enferma de demencia, se ponía un poco alterada. Teníamos dos formas de calmarla: una era decirle que íbamos a buscarle trabajo en un salón de belleza (quizá hasta el último suspiro ella deseaba seguir atendiendo a sus clientas). La otra forma era recordarle recetas: «¿Te acuerdas de la lengua en salsa? ¿Te acuerdas de tal o cual cosa?» Sus ojos se iluminaban, frotaba sus manitas y le daba grandes sorbos a su taza de café.

    Tengo unas semanas que me he vuelto fan de un chef de Sudáfrica. Todos los días me instalo a las 3:30 pm a ver lo que hace, y si me lo pierdo por cualquier cosa, lo veo en repetición. ¡Cómo disfruto! Cocinar es una forma de sobrevivir, una forma de seguir adelante.

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